viernes, 5 de noviembre de 2010

sobre estrenos...

Este trimestre, para articular los contenidos de música en el tercer ciclo, he elegido la figura de Beethoven (veremos un fragmento de la 9ª con la flauta, aspectos de historia de la música, instrumentos, la sinfonía como forma musical, musicogramas, etc.), y para introducirlos un poco en el tema hemos visto escenas de "Amor Inmortal", una peli bastante decente sobre el sordo genial. En una de ellas se ve el estreno de la que sería la última de las sinfonías de Ludwig van (como diría alguien que tú ya sabes). Bueno, pues como he tenido que verla tres veces (una en cada aulario que tengo), me he parado en pensar cómo habría sido escuchar por primera vez algo tan maravilloso y electrizante como la 9ª. Y digo por primera vez, sin estar contaminados por las veces que la hemos oído tarareada, en anuncios, en los móviles o perpretada (sí, esa es la palabra) por ese cantante de tres al cuarto y totalmente prescindible para la humanidad que es Michael Rivers (así, en inglés). A cuadros se debieron quedar cuando en 1824 un Beethoven completamente sordo y casi acabado (por esa época triunfaba ya el culinario Rossini) estrena su nueva sinfonía... ¡con coros y con cantantes solistas! y además con una duración que suele sobrepasar en casi todas sus representaciones los setenta minutos (algo inaudito para la época).
Lo que me pregunto es ¿se daría cuenta ese privilegiado público ya en ese mismo momento de que estaban asistiendo a un acontecimiento histórico, al estreno de una de las más maravillosas obras de arte que ha dado el ser humano? ¿O eso vendría después? ¿Han de pasar años para que una obra de arte, una obra maestra, sea considerada como tal?
A pesar de las innovaciones mencionadas, la sinfonía cosechó un relativo éxito.
Pero esto no siempre fue así: al pobre Bach le dijeron que "no hacía nada", después de haber estrenado en 1729 su Pasión San Mateo. A Miguel Ángel le tapó las partes pudendas de su Juicio Final un tal Daniele da Volterra (conocido para la posteridad como Il Braghettone). A Mussorgsky le corrigió Rimsky-Korsakov la partitura de su Boris Godunov, por considerar como errores su demasiado atrevida armonía. Y del caso de Van Gogh...

el suicida cobardica

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