"Bares, qué lugares
tan gratos para conversar.
No hay como el calor del amor en un bar"
(De una canción de Gabinete Caligari)
En uno de los bares de mi barrio hay un tipo jugando a las tragaperras y fumando en pipa. Recuerdo que un fumador de pipa provocó un incendio en Galicia y de pronto me veo odiando a este hombre del bar, como si ambos fumadores fuesen el mismo y como si odiar a alguien por provocar un incendio que se resolvió como "accidental" fuese lo más lícito del mundo y también como si Galicia dejase de ser una ilusión y pasase a ser, a ciencia ciertísima, el lugar donde viviré tras mi jubilación. De pronto estoy jubilada, aunque tengas unas ganas tremendas de empezar a trabajar. Estoy jubilada. Vivo en Galicia. Adoro sus bosques y sus montañas y sus playas. La adoro enteramente y odio a cualquiera que le haga el más mínimo daño. Es mi princesa y yo soy su amante.
Al pedir el café separo al fumador provoca incendios maldito ahí te mueras del fumador del bar y a éste segundo lo odio ahora por estar tan sumamente gordo y aun así tener el valor de pedirse un chivito a las 4,30 de la tarde. Porque como bien comprenderéis no puede ser que el tipo no haya comido hasta ahora. No. Yo solita presupongo, qué digo presupongo, doy por hecho indiscutible que lleva desde las 12 en el bar y que lógicamente ya ha comido. Punto. Y de no ser así me da exactamente lo mismo, le odio por no cuidarse, porque es una cuestión de salud física y mental. Y lo hago como si fuese la persona mas adecuada para hablar de salud física y no digamos mental, poseedora de la verdad absoluta, defensora del ejercicio rutinario, controlado y moderado como fuente de bienestar a todos los niveles. Me falta gritarle que joder, que hace calor, que se haga unos largos en la piscina y que su presencia me indigna y está estropeando mi momento de café y cigarro.
Lo estropeáis todos. Los dos tipos de los cubatazos en mano y sus "a él no le pongas que puede pero no debe" riéndose mutuamente las gracias que vete tú a saber donde las tienen y el camarero chino participando en el club del chiste y viendo y oyendo como miran y hablan de su hija y ella tan campante dejándose regalar todas las perlas y clamando por más.
Me indigno tanto que lo hago hasta con los que ven la novela en la tele y hacen "shhh" pidiéndo silencio inutilmente. Y lo hago porque sí, por tener el mal gusto de ver una telenovela machista de turno y el peor todavía de acudir al silencio inutilmente. No llamarás al silencio en vano. Mandamiento sagrado en mi religión desde ya. Por las teles en los bares. Por los chinos que compraron otro bar dónde acostumbraba a tomar café y dónde encontraba paz y hasta conversaciones amenas y dónde no había tele. Los chinos están comprando todos los bares y no pasaría nada si hiciesen buen café. Pero no lo hacen. Así, generalizando: los chinos hacen mal café y me quedo tan ancha, como reencarnada de pronto en un curazo del estilo el "señor" Rouco.
Y ya no odio. Ahora compadezo. Sí, ahora me dan pena. Qué triste, qué triste. El pobre hombre que al parecer se llama Josep resulta que es un ludópata, un adicto, pobrecito él. Y sino llego a la compasión de las peores, de las de os compadezco por no ser como yo, que soy mejor y más guapa y más lista es porque me ocupo en encontrar el mechero.
Pero ah! En eso doy el primer trago a mi café y todo ha cambiado. El hombre se llama Jou porque suena mejor que Josep, más divertido. Y tan cierto y explícito como sus manos llenas de grasa y sus dientes plagados de restos de ese (por decirlo suavemente) roñoso bocadillo; tan cierto como eso son sus visibles ojeras casi sangrantes. Por todos es sabido y ahora si que la generalización se me justifica, que el panorama laboral es una auténtica putada. A Jou le sangran los ojos de tanto currar en horarios infernales. Jou se descojona de los Beatles y su all you need is love. Y llora sangre. Lo primero que veremos todos de Jou son sus ojeras rojas. Sus cicatrices.
Es lo primero que veremos salvo que le pillemos a esta hora, en el bar de mi barrio. Acaba de recoger a las niñas de casa de la abuela (amén, bendita sea) No ha podido pararse a cocinar porque entra a las 15. Y es justo en este instante, apenas cinco minutos, en los que presenciaremos el espectáculo de ver sus sonrisa por encima de todo. Todo lo que necesita Jou no es amor, amigos. Son cinco minutos de juego sano en el, probablemente, peor bar del barrio.
El dueño chino le conoce, también su hija. Jou necesita la máquina. Ellos necesitan a Jou. También a los clientes borrachos y a los que ven la novela. Jou no necesita amor pero sin embargo yo juraría que todos ellos se quieren. Puede que los Beatles sí estén en lo cierto. Impregna el bar un tipo de empatía poderosísima y un amor del que a mi, aun deseandolo más que a nada en el mundo, me sería posible pertenecer. Solo el humo de mi cigarro se mezcla con el de los suyos en el aire.
Y a todo esto, resulta que el café está lo suficientemente aceptable como para que de la última calada antes de acabar mi taza y así quedarme con su regusto en el paladar. Puedo optar por los segundos (porque han sido unos segundos, más no gracias) de esa primera sensación más prepotente y más asquerosa que el bocata de Jou. O puedo quedarme con esta última.
Formas de ver las cosas y la vida. Creo que podemos decicir como queremos ver. "No, es que yo soy así" sueles decirme. ¿En serio? Pues me cuesta creerlo, sinceramente. Dime mejor que estás cómodo, que te va bien, que lo has elegido. Vale. Pero cariño, no me digasque ni siquiera vas a intertarlo. O al menos no lo hagas ahora. No tengas el morro de llorar, autocompadecerte y quejarte cuando dentro de cinco minutos a Jou volverán a sangrarle los ojos.
Las posdatas y su consiguiente explicación en "comentarios"