miércoles, 22 de septiembre de 2010

20/9/2010

Son las 23h en Barcelona y es de noche en el Raval. Chispea levemente y no tengo tabaco. Está oscuro. Espero a los coches para poder cruzar mientras suspiro tras los sonidos y los gestos que (me) deja el conductor de ese camión. Pero no me preocupa. No me preocupa porque es mi calle sobre la que espero.
Hay unos marroquies en la siguiente esquina. Noto sus ojos clavados en mi cuerpo. Quieren que sus silbidos transpasen mis auriculares, mientras paso por su lado. Pero no tengo miedo. No tengo miedo porque estoy en casa. No tengo ningún miedo.
El camarero del bar me da cambio de 5 como de costumbre para volver a sus tareas de limpieza. "tengo un negocio con esta chica" le dice al aire. Y tengo que casi rozarle si quiero satisfacer el vicio, al mirón de turno, que no es a mi sino a la pareja de bebedores, que se rozan sin el "casi" a quienes mira. Se que no es una bonita escena para contemplar pero no me importa. No me importa porque estoy en casa y al salir de aquí veo las luces de colores que anuncian un fin de semana repleto de música.
En el cajero la cola llega hasta la boca del metro así que elijo el exterior. Una mujer murmura "sería mejor que esperaras, ¿no crees que seria mejor que esperaras?" y me mira y mira a su alrededor y procesa la información visual sin saber muy bien adónde y a quién se dirigen ella y sus preguntas. Le contesto "no me molesta. Es mi barrio y voy a casa"
No he encontrado exactamente lo que buscaba en el supermecado mas cercano. Ya me lo advirtió una de ésas personas que sabe lo que dice y porqué , cuando me recomendó que me alejara un poco. Pero a mi no me importa demasiado. Porque prefiero comprobar las cosas por mi misma. Y porque realizaré mi alma de todos modos. Y realmente no me importa en exceso. Porque estoy en casa.

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