viernes, 15 de octubre de 2010

en metro (antes y después de verte)

IDA
no llevo libro, ni mp3, la única distracción posible es fijarme en la gente que me rodea; casualmente son tres féminas (no pienses mal, yo me senté antes); la de mi derecha tendrá pocos años menos que yo, nariz prominente, mejor decir con el arco del puente acusado; me recuerda un cuadro renacentista de una dama florentina que llevaba en su regazo un perrito faldero; ésta, sin embargo, lleva en la mano un móvil de esos con conexión a internet, y como es la que menos me llama la atención, dejaré pronto de hablar de ella;
la que está en frente a ella es bajita, algo rellenita, con gafas y con marcas de un acné juvenil que pasó a mejor vida hace tiempo, pero del cual ha conservado (tristemente) el recuerdo; también lleva un móvil, pegado a su oreja: parece ser de esas personas que te hacen oir sus conversaciones telefónicas sí o sí; no deja de repetir "sí, estoy en el metro" unas tres o cuatro veces; su conexión no debe ser demasiado buena... lo que me gusta de ella, y por lo que la pongo en un segundo lugar, es el gesto que hace cuando cuelga: se queda con una sonrisa en la boca y pone la mirada perdida, le da igual que la vean con esa cara de "felicidad" (a mí hace tiempo que no se me pone esa expresión) en un sitio tan despersonalizado como es el metro;
la tercera es la que capta mi atención desde que entra; tendrá unos 19 ó 20 años, es morena y tiene esas curvitas que nos vuelven loco a más de uno; también lleva un móvil; pero parece que sólo lo sostiene, ni lo mira, ni llama, ni habla, ni toquetea los botones... es como si quisiera captar con sus cinco sentidos esa pequeña vibración con la que empieza toda llamada importante; a esto se le suma su falsa despreocupación, tanto en su pose como en su atuendo (pantalones algo raídos, unas converse...), o tal vez mire yo con estos cansados ojos de viejuno (como dirías tú) esa juventud inocente en la que todo es despreocupación e inocencia...
VUELTA
totalmente anodina, se me pasó la parada leyendo uno de los libros que me compré entre uno y otro trayecto... y es que los años no perdonan.

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